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El turbio historial del "Diana Uno"

El 21 de agosto de 1998, un remolcador que pintaba el casco de negro condujo a Cee un maltrecho carguero, el Diana María, que, finalmente, había podido ser reflotado tras encallar en la costa de Oleiros el 27 de junio del mismo año. El reflotamiento se logró después de que se hubiera comunicado que los restos del barco serían desguazados. Y para desguace se vendieron en tiempos en los que la Dirección General de la Marina Mercante contaba con un ingeniero, Fernando Casas, al frente.

El proceso seguido para adjudicar los restos del Diana María, hoy hundido y partido en tres en la escollera exterior del puerto de Bilbao bajo el nombre de Diana Uno, es toda una incógnita porque no existe constancia de que se hubiera abierto un concurso público, como está estipulado, para encontrar el mejor postor.

Sea como fuere, el entonces Diana María (antes Betula y posteriormente Diana Uno) va a parar a Cee y, más concretamente, al astillero Sicar, donde se repara y prácticamente se rehace. Sicar es, a través de Marcelo Castro Rial, la entidad propietaria del buque. En las circunstancias especiales del Diana Uno no faltan los episodios curiosos, cuando menos: junto con el procedimiento de la adjudicación directa al actual propietario, el entonces Diana María sufrió las consecuencias de dos incendios: uno mientras estaba varado por la embarrancada y otro, según testimonios recogidos, en el propio astillero ceense. Llamó la atención, en su momento, que el buque tuviese cortadas las tapas de las escotillas; pero nadie investigó la causa y las obras de reconstrucción del buque continuaron y nunca más se volvió a hablar del famoso barco que iba a ser desguazado y que, ahora, yace en la costa bilbaína.

Cuando embarrancó en Oleiros, se informó que el capitán hacía de jefe de máquinas. Y a nadie le extrañó que hubiese acabado como parecía iba a acabar. Ahora, sus ocho tripulantes, han sido rescatados por un helicóptero que, curiosamente, también procede de Gijón (el País Vasco dispone de un servicio de Salvamento que, teóricamente, podría haber actuado). El barco tenía máquina. Al menos, nadie se ha referido a que estaba fondeado por problemas en esta. Con máquina y fondeado, no se entiende qué ha ocurrido para que, garreando, el buque se aproxime al rompeolas y se hunda. ¿No funcionó la máquina como debía? ¿Estaba fondeado y con la máquina parada? Los marinos dicen no entender lo ocurrido; pero es que en la mar se producen situaciones que llaman la atención de cualquiera.

La fortuna ha sonreído cuatro veces al marinense José Luis Bouzas del Río, un marinero de 43 años que lleva trabajando 27. Su vida es digna de una novela: ha sobrevivido a dos naufragios y evitado ser víctima de otros dos hundimientos. Es una cifra difícil de batir incluso en una villa pesquera como Marín y que hace que su familia espere siempre su regreso con el corazón en un puño. Consultado por la causa de su sino, se relaja: «Yo debo tener en el cielo alquien que ruega por mí».

Eludió la muerte por primera vez cuando rechazó embarcarse en el Montrove , un barco gallego que desapareció cerca de Canarias con 17 tripulantes. «De este barco, ni se encontraron los restos ni se supo qué pasó», explicó. Trabajaba allí, pero en la anterior escala del pesquero le dijo al armador que no iría en la siguiente marea. Eso le salvó la vida. No fue la única vez. Lo mismo le ocurrió con el Marbeo , que se hundió frente a Cíes, y al que no llegó a subir.

Siniestro en el Gran Sol

En enero de 1989 sintió que la suerte podía darle la espalda. Estaba en el Big Cat, que naufragó en Irlanda. En el siniestro perdió a tres compañeros y él estuvo al borde de la muerte. Fue su primer naufragio y del que guarda el recuerdo más sombrío. «En aquella ocasión estuve a punto de morir de hipotermia. Fueron muchas horas en unas aguas muy frías hasta que nos rescataron».

Este siniestro en el Gran Sol le sirvió para echar mano de la experiencia adquirida al hundirse el Diana 1 en Bilbao. «Había compañeros que estaban nerviosos y tuve que tranquilizarlos. No estábamos en alta mar», precisa.

Bouzas está dispuesto a seguir usando su buena estrella. No se acostumbra a la vida en tierra y unos meses después de cada susto siempre ha vuelto al mar. «Uno también puede morir en una carretera», concluye.